Manchas de Carmín

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jueves, 20 de mayo de 2010

Él. Ella.

¿Cuánto tiempo había pasado desde que no se veían? ¿Dos, tres días…? No había cambiado nada. Seguía teniendo aquella sonrisa traviesa que tanto me gustaba, pero… “llevé aparato durante un año”, dijo simplemente al verme arrugar el entrecejo.

Volvió a sonreír, esta vez de forma forzosa, enseñando todos sus dientes. Orgullosa. Y no pude hacer otra cosa que reír ante esa imagen.

Aparato durante un año… no había vuelto a saber nada de ella en tres… y ahora parecían días. Ahora… que la tenía a tan sólo cinco centímetros de mi boca, que mis manos no querían dejar de acariciarla y que no recordaba qué motivo me había hecho separarme de ella.

Me jugué un primer beso, y un segundo y un tercero… porque con ella nunca podías estar seguro de haber ganado. Jugué con la noche y probé mi suerte en su portal. Ella se mordió el labio inferior mientras me agarraba de la mano y tiraba de mí escaleras arriba como respuesta.

A la mañana siguiente, desaparecí, como había hecho ella tantísimas veces. Sólo que probé mi suerte una vez más.

Cuando ella despertó por culpa del sol que entraba con demasiada fuerza por la ventana, se encontró con una cama vacía. Resopló, miró enfadada al sol que le había despertado. Miró más enfadada aún el otro lado vacío de la cama. Volvió a mirar hacia la ventana. Había… ¿unas letras en el cristal?


Estás preciosa durmiendo
No he cambiado de número


Loco. Estaba loco.

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